Papel mojado

Bienvenido a Papel Mojado. Este blog recoge las ideas, opiniones, artículos y devaneos varios de Pedro Jareño. Es un lugar donde amontonar ordenadamente aquellos pensamientos que, con tinta china, planean por mis neuronas (si es que queda alguna sana). Espero tus lecturas y tus comentarios. Un blog se escribe, no se lee.

sábado, diciembre 31, 2005

Anuario

Cuando me pongo a pensar en el último día del año pasado, lo recuerdo como algo muy cercano. Como si hubiera sido ayer, que se suele decir.
Sin embargo, sólo tengo que pararme a pensar en todo lo que he hecho durante este año para darme cuenta de que de eso nada. Que 2005 ha tenido sus 365 días y que me ha dado tiempo a hacer muchas cosas. Tantas, que mi vida ha terminado de dar un giro brutal. Claro que sí.
Comenzó el año muy chungo. Fue mi Año Nuevo más patético de los que recuerdo. Quizá por eso tengo tan pocas ganas de celebrar éste. Estaba malo, malísimo. Cogí una buena gripe (o similar), y a las 12:30 estaba en la cama durmiendo. Además, al día siguiente trabajaba. Para olvidar.
Pero, afortunadamente, no fue ni mucho menos un presagio ni un indicativo de cómo sería el año. No sé si creo en el destino. Tampoco me importa saberlo. Lo que sí sé es que, fríamente, ha sido un gran año para mí.
Aunque los primeros seis meses continuaron sin muchos cambios, luego todo han sido pasos hacia adelante. Y eso es importante. Mi viaje a México, mi cambio de coche, mi nueva casa, mis nuevos trabajos y mis apasionantes retos profesionales...
No me puedo quejar. Creo que puedo decir que estoy en un gran momento. Y que dure...
Si fuera de otra forma, seguramente recordaría este 2005 de aquí en adelante como un año inolvidable y magnífico para mí. Pero como no lo soy, he decidido escribirlo aquí para, al menos, dejar constancia de que es lo que siento hoy, último día del dichoso año de la rima. Y es que, dentro de 2, 3 o 5 años, no me acordaré de cómo fue este año. Y lo sé porque hoy no tengo ningún recuerdo sobre los años anteriores. No es que no me acuerde de las cosas que he hecho en mi vida; mi memoria sigue ahí, intacta. Pero no asocio mis actos o recuerdos a fechas concretas.
Nunca he escrito un diario, la verdad. No he sido de esos. De vez en cuando me ha dado por almacenar ideas en mi ordenador, pero nunca me he puesto a ordenarlas. Iría contra mi naturaleza. El desorden es mi día a día, no lo niego.
Lo cierto es que casi siempre que me dio por escribir sobre mí fue en mis peores momentos. En esas temporadas tristes que tenemos los románticos venidos a menos. Y entiéndase como una utopía. Románticos en el sentido más wertheriano. Románticos y vendidos. Resignados. ¿Para qué voy a seguir yo intentando cambiar el mundo si va a seguir como está? Realistas al fin y al cabo.
Pero en fin, que digo yo que no está mal tampoco escribir de uno cuando las cosas marchan.
Y no me voy a dedicar a escribir aquí mis propósitos para el próximo año. Qué va. No soy de esos. Nada de programar ni de decir cosas que no hago y que debería hacer. Para que engañarme.
Feliz Año.

viernes, diciembre 30, 2005

El último beso

Ayer me quedé enganchado a la televisión. Y eso es raro en mi. No suelo. Zapeando mientras cenaba (sólo tenía en casa cereales y leche -es lo que tiene la emancipación-) me choqué, de repente, con un plano de una película que me impactó ipsofacto. Era en La2, en Off cinema. Ese programa de cine de un tipo muy peculiar (Antonio Gasset) pero que, salvo algún que otro bodrio excesivamente lento, emite películas independientes de calidad exquisita, sólo aptas para cinéfilos empedernidos.
La película se llamaba El último beso, aunque eso sólo lo supe al final. Entonces recordé que había oído hablar de ella. Era italiana. Y es tremenda. Impactante. Brutal.
Es de esas películas que te hace reflexionar. Y eso, hoy en día, tiene un mérito incalculable.
El director, un desconocido para mi Gabriele Muccino, cuenta de forma vibrante, exaltada y frenética la llegada a los 30 de un grupo de amigos en pleno momento de dudas existenciales -sus relaciones de pareja- y lo entrelaza con la vida de la madre de uno de ellos que, con 30 años más, tiene grandes problemas por no haber sabido resolver a tiempo aquellas inquietudes de entonces.
Puesto así puede parecer aburrido o, incluso, un tema muy manido. Pero la película tiene algo que la hace incontestable. Al menos, para alguien que, como yo, no tiene muy lejos la llegada a esa edad y que ya está comenzando a adquirir las responsabilidades pertinentes.
En el peculiar grupo de amigos protagonistas hay de todo: una pareja recién casada y feliz (románticos empedernidos), una pareja casada y aparentemente contenta a punto de tener un hijo pero con dudas por parte de él (acojonado por la responsabilidad), una pareja casada y con un hijo pero que ha caído en la monotónía, un joven hundido y desquiciado por despecho, un rastafari vividor, promiscuo y fumeta y una adolescente imponente que se cruza por medio.
La película en sí tiene un ritmo totalmente enloquecido, con diálogos de mil palabras por minuto y con escenas que se suceden sin que al espectador le dé tiempo a digerir la anterior.
Pero, especialmente, hay una escena de esas que se clavan en la memoria como grandes momentos del cine. Al menos, en mi caso: el rastafari está en la cama con uno de sus ligues pasajeros cuando, de repente, su amigo el despechado llama a la puerta enloquecido. Él, impactado, se ve en la obligación de abrir y su colega, Marco, le cuenta sus penas, sus sueños y su necesidad de huir. Todo en segundos y a una velocidad de vértigo mientras se lían un peta en el sofá del salón y la amante del rasta espera en pelotas en el cuarto. A todo esto, un tercer amigo, el casado infeliz, aparece para contarle también sus problemas. Ese instante, los tres amigos en plena katarsis espiritual, y la amante, resignada y abandonada, cual convidado de piedra, comparten un minuto de delirio existencial insuperable.
Un placer para el devorador de cine.
En fin, que la película es todo un viaje a la introspección. Al análisis de la vida en pareja. Al pensamiento reflexivo sobre los 30 años, sobre el matrimonio, sobre las responsabilidades y sobre la vida en sí misma. Sobre deberes presentes y futuros. Sobre decisiones clave. Todo un soplo de aire fresco que recomiendo sin dudarlo.

Mientras, yo sigo sin darle vida a este blog abandonado porque no consigo que me instalen el ADSL en casa. Mi paciencia, habitualmente inexistente, ha conseguido resignarse y aguantar el chaparrón. Es lo que hay.


directorio de weblogs. bitadir
XML