Amor inalámbrico
No sabía su nombre real. Tampoco le preocupaba. Le valía con conocer su nick, su alias: princesa.
Nunca la había visto. Jamás la vería en persona. Le daba igual. Le era suficiente con leerla. En su blog. En el messenger. En una iluminada y compacta pantalla de un teléfono móvil.
Desconocía su dirección. La postal. La fiscal. A la que llegan las facturas. No le parecía relevante. Conocía su e-mail.
Su olor era un misterio. Su tacto, un imposible. Su voz, para los demás. No para él.
Tres años de intensa relación. 36 meses de amor. Toda una vida de pasión. De ilusión. De distancia. De palabras. Todo palabras.
Dos ciudades. Dos países. Dos corazones anónimos, distantes pero cercanos; agradecidos.
No soñaba con acariciar su piel. Ni se lo imaginaba. Ni lo añoraba. No se puede anhelar no que no se ha tenido, se decía. No se puede desear lo que no se quiere.
Y él no quería. Aunque la quisiera. Ni siquiera quería quererla. Pero la quería. A su manera.
Amor inalámbrico. Sin cables. Sin ataduras. Sin contratos. Sincero. Sinfónico. Conversado. Confesado. Consciente. Con la distancia de por medio y con el tiempo como aliado.
Amor cibernético, tecnológico; amor. Sin más. Lejano, impersonal, impropio e incomprendido. Pero amor al fin y al cabo.
Continuará...
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