Terrorífica rutina

Un centenar de personas murieron el sábado en Irak en un escalofriante atentado cometido por un suicida frente a una mezquita. El asesino en cuestión decidió inmolarse junto a un camión cisterna que cargaba combustible en una gasolinera. La explosión, inenarrable.
Esta noticia debería abrir telediarios, figurar en las portadas de los periódicos y llenar minutos y minutos de radio. Sin embargo, la realidad es muy distinta. Una leve mención en los noticiarios y poco más. ¿La razón? Ocurrió en Irak.
Hace poco más de una semana, 55 personas (hasta el momento) perecieron en los terribles atentados de Londres. Todas las cadenas emitieron en directo los acontecimientos, repitieron imágenes y testimonios cada pocos minutos; todas las radios dedicaron horas de programación al brutal atentado; todos los periódicos llenaron su primera página con esa información.
Obviamente, la noticia era de alcance. No quiero restarle trascendencia ni negar la evidencia.
Pero una cosa está clara: el atentado del sábado en Irak provocó el doble de víctimas que el de la capital británica. Y eso no es todo. Cada día mueren muchas personas en ese país. Demasiadas. Olvidadas. El goteo de víctimas es especialmente escabroso. En la redacción donde trabajo, una de tantas, ya dudamos de la notoriedad de una muerte en Irak. Si no supera la decena (como mínimo), difícilmente merece ser contada al mundo (salvo que no existan noticias mínimamente consideradas "más importantes" tales como la ola de calor).
Es muy triste. La muerte es una rutina en Irak. Una terrorífica rutina. Una monotonía injusta, dolorosa e interminable. Pero al mundo casi no le interesa. Ya no. Irak ya no es el centro del universo. Saddam ya no está. Bush duerme tranquilo.