Papel mojado

Bienvenido a Papel Mojado. Este blog recoge las ideas, opiniones, artículos y devaneos varios de Pedro Jareño. Es un lugar donde amontonar ordenadamente aquellos pensamientos que, con tinta china, planean por mis neuronas (si es que queda alguna sana). Espero tus lecturas y tus comentarios. Un blog se escribe, no se lee.

miércoles, agosto 10, 2005

Talleres y dentistas

Ayer llevé mi coche al taller. Odio llevar el coche al taller. Es como ir al dentista. Es una de esas situaciones de la vida que todo el mundo intenta evitar. Sólo se va cuando no hay más "tutía"...y cuando nos convencen nuestros padres. Da igual que tengas 18 o 35 años...Hasta que no te dan la vara tus progenitores, el coche seguirá abollado y tus dientes con caries salvo que la junta de la trócola haya decidido pasar a mejor vida o a excepción de que cada vez que ingieras algún tipo de líquido tu muela decida impedirte vivir produciendo una especie de descarga eléctrica mortífera en el interior de algo tan aparentemente inerte e insensible como un diente. Los mecánicos y los dentistas tienen profesiones ingratas, la verdad. Nunca conseguirán quitarse su sambenito: son caros, te cobran más de la cuenta, como no tienes ni idea te dejas hacer y te sacan lo que quieran, están forraos, hacen chanchullos con el iva...Pero es que, hasta cierto punto, y sin ofender, algo de cierto tiene la cosa.La mayor parte de los mortales no tenemos ni idea ni de mecánica ni de dentaduras. Y tenemos algo claro: con lo que nos cuesta ir, cuando vamos, queremos que dure para varios lustros...

Y claro, llegamos, dejamos nuestros coche o nuestra boca (carrocería al fin y al cabo) y les decimos lo que falla. Da igual que seamos específicos y que localicemos el problema a la primera de cambio. Al final siempre, y digo siempre, nos lían. "Es que también hay que cambiar el aceite, el cable de la bujía, la muela 15, un puente en el colmillo, una limpieza bucal..." Y decir que no al mecánico o al dentista es como desafiar al destino cuando te ofrecen un número para la lotería de Navidad y te niegas. Te puedes estar arrepintiendo toda la vida si le termina tocando al capullo de tu amigo y tu vida será siempre un largo y tedioso camino con la mezquindad como seña de identidad. Pues aquí, igual. Basta que no quieras reparar la pieza o que no te repares tal diente para que el omnipresente Murphy te señale con su ley y te quedes tirado en cualquier carretera secundaria o sin cenar y con dolores indescriptibles en la boda de tu mejor amigo.

Pero no todo son parecidos entre ambas profesiones. Qué va. La principal diferencia es el lugar de trabajo. Un taller es un sistio raro, especial. Para empezar, no tiene puertas y es diáfano. Vamos, como un loft de estos que están tan de moda. Y además tiene vados. Hay calles en Madrid (Carabanchel, especialmente) en las que hay tantos vados por metro cuadrado (casi como bares) que aparcar encima de la grúa es la única solución factible. Y, además, los vados tienen la peculiaridad de que no son visibles a los ojos de una mujer copiloto (no es machismo, es la constatación de una realidad):
-"Ahí, ahí, menos mal, ¡un sitio!", grita ella, entusiasmada.
-"Antonia, que es un vado", contesta él, resignado.
Debe de ser com los vampiros en un espejo. Que no se ven, y punto. En los dentistas eso no pasa. Aunque terminas tum"bado", eso sí.

Pero las salas de los dentistas también tienen lo suyo. Son tan blancas que consiguen que las tengas más odio aún por su apariencia de hospital. Y con su salita de espera. Qué típica. Esos asientos bien ordenados y esa mesita baja con revistas del corazón. Algunas tienen años. Por favor, ¿cada cuánto tiempo renuevan los dentistas esa hemeroteca rosa? Tampoco cuesta tanto ir a los quioscos, hombre.

Otra característica típica de los talleres (aunque se esté perdiendo con la estandarización de las franquicias estas modernas) es la decoración particular a modo de frescos (bueno, de frescas). Ir al taller era como estar suscrito a la Playboy. Culos, tetas, ruedas, grasa y monos azules convivían juntos en un ambiente mítico. Eso sí que eran calendarios ilustrados, no como los que regalan en los chinos.
En el dentista, por el contrario, hay cuadros raros y así como de pop-art. Además de muchos títulos y diplomas. Seguro que la mayoría los regalan con los yogures, pero oye, que otorgan distinción. Además, la apariencia de los unos y de los otros es antagónica. El mecánico, con su mono azul lleno de grasa y aceite y sus manos negras de currar.
El dentista, con su mono blanco impoluto, su mascarilla de japonés anti polución y su pelo engominado. Debe de ser un requisito profesional. Un dentista sin gomina es como un futbolista sin pibón. Una excepción.

Pero son como son y les queremos así. ¿Imaginas que se cambien los papeles por un día? Quien te urga en la boca con las manos como los mineros y el traje de faena salpicando por todos los lados y quien te arregla el coche revisando los bajos engominado y con la vestimenta impoluta. Inviable.

En fin, que mi coche se quedó allí ayer. Por un periodo de tiempo indeterminado y por un coste desconocido. Mis muelas, por el momento, siguen en reposo. Están en perfecto estado. Ya fui al dentista hace...unos seis años...


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