Echando la vista atrás parece mentira que yo envidiara a mi padre cada vez que abría el buzón (él sí que tenía llave -¿Porqué les costaba tanto darnos la llave del buzón?-) y sacaba un taco enorme de cartas dirigidas siempre a su nombre (nunca a mi). "Yo quiero ser mayor para recibir kilos y kilos de cartas a mi nombre", pensaba. Qué infeliz.
Uno de los grandes problemas de hacerse mayor es que muchos de los mitos de tu infancia se desmoronan progresivamente.
Ahora, que ya tengo llave del buzón (de mi buzón...Mi tessssoro), en muchas ocasiones quisiera perderla para siempre. Las cartas, que además vienen siempre con un "Don" delante del nombre, no son tal. Son facturas. De toda clase. La luz, el agua, el gas, el teléfono, Internet...Casi nada. Y las facturas son como las pelis de miedo malas (valga la redundancia): aunque te sabes el final, el susto te lo llevas.
Pero es que el problema de las facturas no es sólo su capacidad innata de tener que ser liquidadas. Que va. Al fin y al cabo, cuando uno se emancipa lo tiene claro: "Tendré que comenzar a pagar todo aquello que mis padres, muy amablemente y sin oposición alguna por mi parte, admitían en el todo incluido que me obsequiaban a cambio de mi eterno amor y algún que otro disgusto". El problema es conseguir que todas esas empresas tan simpáticas y amistosas que se encargan de enviarte tantas cartas (y que hasta ahora sólo habías visto en el Monopoly) se pongan de acuerdo con el banco (que hasta ahora sólo habías visto en los anuncios con Matías Prats incluido -hasta la primera peseeeta-) para que todos los gastos se centralicen en una sola cuenta.
Y es que resulta increíble que con las ganas que tienen de cobrar, sea tan complicado realizar una domiciliazión (curiosa palabra que es imposible pronunciar correctamente cuando estás gritando bajito a una telefonista incompetente y que te hacer parecer un energúmeno incapaz de explicarle lo harto que estás de que no te solucionen el problema).
-"A nosotros nos aparece todo correcto en nuestro ordenador, señor Jareño", dice con voz armoniosa (siempre de pito y como si tuviera un chicle en la boca) la telefonista del banco. "Va a ser un problema con la compañía del gas (luz, agua, teléfono...)
-"En nuestro sistema todos los datos son correctos, señor Jareño. Hable usted con su banco, que será un problema suyo", explica la telefonista de la compañía.
-"Vamos a ver, señorita - replica el señor Jareño-. En el banco me dicen que el ordenador dice que todo está correcto. Ustedes me dicen que todo está correcto. Sin embargo, a mi me llegan de nuevo las facturas, amenazantes (al más puro estilo de la mafia siciliana), asegurándome que de no pagar en 3 días, se verán obligados a cortarme (¡glup!) la luz (el agua, el gas...)"
-"No, si ya le entiendo, señor Jareño", comenta la empleada intentando frenar el impulso creciente del tono de voz del señor Jareño.
-"Pero es que yo no quiero que lo entienda. Quiero que lo solucionen. No puede ser que esto sea tan complicado. Cuando uno realiza una domici..l...ia..ción es, precisamente, para evitarse todo este jaleo. Para esto, voy al banco todos los primeros de mes y lo pago en mano", grito desesperado. "Lo siento, sé que no es su culpa, usted es una empleada y dice lo que le pone en la pantalla. Quiero hablar con un superior, si es tan amable".
-"Lo siento, señor Jareño, pero para hablar con un superior necesita mandar una carta al servicio de reclamaciones y atención al cliente...bla, bla, bla"
Al final, la solución es comenzar de cero. Decir que vas a cambiar de cuenta y anular todo lo relacionado con la cuenta bancaria antigua. Es mentira. Luego son los mismos datos. Pero, milagrosamente, funciona. Misterios de la vida burocrática.
En fin, menos mal que quiero pagar. Seguro que a los morosos nunca les pasa esto.